San Gregorio de Nisa y su
Tratado sobre la Virginidad
INTRODUCCIÓN
San
Gregorio de Nisa es uno de los grandes padres y doctores capadocios de la Iglesia del siglo IV,
junto con San Basilio, su hermano, y San Gregorio Nacianceno. Un hombre
profundo, de inteligencia despierta, que supo estar abierto a la cultura de su
tiempo. Y porque su teología no es una mera reflexión teológica, sino la
manifestación de una vida espiritual, de una vida de fe vivida[1], creo
que también hoy tiene mucho que decirnos y enseñar a nuestro mundo moderno, que
intenta vivir al margen de Dios y de las cosas de Dios. Pues de su mano descubrimos
el camino que debemos emprender para alcanzar la verdadera vida, una vida vivida
en el encuentro con Dios. Ya que solo alcanzamos nuestra verdadera grandeza si
Dios está presente en nosotros, en nuestras vidas[2]. Porque
solo cuando nos encontramos con Cristo comienza realmente la vida.
Entre sus muchos escritos encontramos
su Tratado sobre la virginidad, que a
pesar de ser un escrito del año 371, dirigido a los jóvenes de entonces, con el
fin de inspirarles el deseo de la vida virtuosa abrazando la vida virginal[3], es
también de actualidad para nuestros días. Por eso, lo he elegido como tema de
este trabajo, con el que quisiera mostrar a nuestra cultura actual, la grandeza
y la novedad de este nuevo estilo de vida. Vivimos en una cultura que toma el placer como criterio y no estima que exista
otro bien que lo que puede sentirse con el cuerpo. Una cultura en la que la
virginidad no ocupa un lugar destacado, pues se piensa que es un estilo de vida
que ya no se lleva, que está pasado de moda, incluso se oye decir que va “contra
natura”. Y sin embargo, nada más contrario que esto, pues para quienes hemos
consagrado nuestra vida por entero a Dios, encontramos en ella la belleza y el
gozo de dar todo al Señor, en cuerpo y alma, “contando con su gracia, que nos
inspira, nos sostiene y acompaña siempre”[4].
VIRGINIDAD: REFLEJO DE LA BELLEZA Y PUREZA DE DIOS
San Gregorio de Nisa es insigne por
su doctrina espiritual. Muchos de sus escritos dejan translucir una concepción muy
elevada y bella del hombre, nada de lo que existe es tan grande que pueda ser
comparado a su grandeza y dignidad. Somos reflejo de la belleza y pureza
original que es Dios, reflejo de la luz divina[5].
Porque hemos sido creados por Dios a su imagen y semejanza[6]. Somos
obra e imagen de la naturaleza divina y pura[7]. Y
esto “no es obra nuestra, ni conquista de poder humano − nos dirá San Gregorio
−, sino que es un gran don de Dios, que desde el primer origen nos otorgó
graciosamente”[8]. Por tanto, tenemos una
profunda y esencial vocación de pureza, una vocación de luz. Estamos hechos
para el conocimiento y el amor de un Dios que lo trasciende todo, por lo que
debemos purificarnos de todo lo que pueda empañar esta imagen divina en
nosotros, para llegar a su contemplación[9]. Porque
solo los limpios y puros de corazón verán a Dios[10].
Así, nuestra plena realización
consiste en la santidad, en una vida virtuosa vivida en Dios, vivida en su luz,
en el encuentro con Él en el amor, de modo que brille y resplandezca siempre en
nuestra alma y en todos nuestros actos, la belleza y pureza divinas. Para que
nuestra vida sea luminosa también para los demás, para el mundo[11]. Y
así, viendo nuestras buenas obras puedan dar gloria al Padre que está en los
cielos. Porque somos la luz del mundo, nos dice el Señor. Y no se enciende una
lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y
que alumbre a todos los de casa[12].
Para que todos puedan descubrir el atractivo de la belleza divina.
Por eso, San Gregorio, que sabe muy
bien que estamos de paso en este mundo, nos invita a abrazar la vida en
virginidad, como un nuevo camino de ascenso espiritual, que nos orienta hacia
la verdadera Belleza, conduciéndonos al descubrimiento del Bien, e invitándonos
a mirar la vida desde arriba, como extranjera y pasajera, recorriéndola mirando
únicamente al cielo, para poner todo nuestro amor solo en la vida divina,
puesto que nada perteneciente a este
mundo permanece para siempre[13].
Nos presenta la vida en virginidad
como puerta y camino de un nuevo estilo de vida que, superando la vida común,
nos acerca a la vida de Dios[14].
Comporta una pureza total del alma, es la continencia perfecta, que no solo
hace referencia a la simple continencia de la carne, es decir, al cuerpo y a la
castidad, aunque ocupen un lugar de singular importancia, por ser una ayuda que
facilita la contemplación, la unión con Dios, sino que es un género de vida que
abarca mucho más, todos los aspectos de la vida[15]. La
virginidad nos abre nuevos horizontes, haciéndonos capaces de bienes mayores y
más elevados, apartándonos de los afanes de nuestro mundo, para hacer más fácil
la entrega con tranquilidad, a una vida virtuosa, a una vida más divina[16],
ayudándonos a discernir lo que es verdaderamente útil, noble y bueno, para
alcanzar y no perder el fin sublime de nuestra vocación: ser como Cristo, en
Quien cada virtud alcanza la perfección, y a Quien queremos amar con toda
nuestra vida.
VIRGINIDAD, DON Y GRACIA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
San Gregorio destaca la grandeza de
la virginidad remitiéndonos a su carácter de don divino, pues “solo se da en
quienes la gracia de Dios ayuda a conseguir este buen deseo” [17], por
lo tanto, es un don que Dios nos regala y con el que nos da su gracia para
poder vivirlo según el querer divino.
Y es en la Vida Trinitaria donde
encontramos el modelo de la virginidad. Por paradójico que sea, nos explica San
Gregorio, lo que da sentido a la virginidad cristiana es el Misterio de la
generación eterna de la Trinidad[18]. La
virginidad humana es así, reflejo de la pureza y la fecundidad divina[19]. Serán
Cristo y su Madre quienes introducen la virginidad en el mundo de un modo nuevo[20].
Pues en el Misterio de la
Encarnación se nos muestra que solo la pureza es capaz de
acoger la manifestación y venida de Dios. Por lo que en la medida en que
abrazamos la virginidad nos vamos uniendo a este gran Misterio. Y así, nos lo
afirma San Gregorio cuando nos dice que lo que aconteció corporalmente en la Inmaculada María
esto mismo acontece en cada alma que guarda la virginidad: Cristo viene a
habitar en ella espiritualmente[21],
dándole su misma Vida para que, a su vez, dé frutos de vida.
LA VIRGINIDAD EN MI EXPERIENCIA DEL SEGUIMIENTO DE
CRISTO
EN LA VIDA MONÁSTICA
La virginidad es dejarse seducir por
la mirada llena de amor de Cristo, que un día nos llama a seguirlo, y a estar
con Él. Nos invita a emprender una nueva aventura, hacia una tierra nueva[22]. A dejar que su Palabra dé
forma a nuestro corazón, a toda nuestra vida, que será vida verdadera conforme
vayamos dejándonos configurar por Dios. De forma que podamos decir con el salmista: El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad[23].
Nuestra vida monástica, como don
recibido de Dios, quiere ser así, reflejo y expresión de un canto enamorado a
la búsqueda y alabanza de Dios. Con el deseo de la entrega incondicional de
toda la vida, que ponemos en sus manos. Y que vamos haciendo vida y experiencia,
sostenidos por la gracia divina, conforme progresamos en la vida monástica y en
la fe. En la que siempre estamos en camino, en una continua disponibilidad para
seguir adelante, para abrir el corazón al don que se renueva cada día,
tendiendo hacia lo que es más grande, hacia la verdad y el amor en la búsqueda
de Dios, imitando a Cristo, sin anteponer nada a su amor[24]. Empezando siempre de nuevo, a pesar de
nuestras debilidades y caídas, perseverando en la conversatio morum y aprendiendo que la fidelidad brota de lo más
íntimo y profundo del corazón, de un corazón puro y casto, de un corazón
enamorado, ensanchado y colmado sin cesar por la dulzura de un amor inefable[25], el
amor de Dios, que va formando en nosotros a Cristo. Un amor que se desborda y
se irradia, brillando en todos nuestros actos, en nuestra mirada, en nuestros
gestos y palabras. Para que nuestra vida monástica como perfume derramado a los
pies de Jesús, pueda llenar con su fragancia a todo el mundo[26], haciendo visibles las maravillas que Dios
realiza en nosotros a pesar de nuestra debilidad y fragilidad.
CONCLUSIÓN
Dejémonos cautivar y sorprender por
Cristo y vivamos nuestra vida de fe y amor a Él con nuevo gozo. El gozo que da
un corazón limpio y puro, lleno de Dios. Nuestro mundo no espera muchas
palabras, pero sí quiere ver la novedad, la belleza, y el entusiasmo de una
vida enamorada, vivida en Dios y para Dios, que desde el silencio y la soledad
del claustro, se hace fecunda en su entrega de amor total hacia Dios y hacia
los hermanos.
Sor Eva María Campo Reguillo
Monasterio de San Benito
Talavera de la Reina
BIBLIOGRAFÍA
A. Scarnera, Apuntes CFM 2014.
Benedicto
XVI,
Audiencia general, 29 de agosto de 2007, en Los Padres de la Iglesia, Ciudad Nueva,
Madrid 2010.
._
Audiencia general, 5 de Septiembre de 2007, en Los Padres de la Iglesia, Ciudad Nueva,
Madrid 2010.
REGLA DE SAN BENITO, BAC, Madrid
2010.
San Gregorio
de Nisa,
La virginidad, Biblioteca de Patrística 49, Editorial Ciudad Nueva, Madrid
2000.
SAGRADA BIBLIA, BAC, Madrid 2011.
[1] Cf. Benedicto XVI, Audiencia general, 29 de agosto de 2007, en Los Padres de la
Iglesia, Ciudad Nueva, Madrid 2010, pp. 119-121.
[2]
Ibid., p. 124.
[3] Cf. San Gregorio de Nisa, La virginidad, Introducción, Biblioteca
de Patrística 49, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 2000, pp. 16-18.
[4] E. Pablo, Alocución capitular, Monasterio de San Benito, Talavera de la Reina, Agosto de 2014.
[5] Cf. Benedicto XVI, Audiencia general, 29 de agosto de 2007, en Los Padres de la
Iglesia, Ciudad Nueva, Madrid 2010, pp. 122-123.
[6] Cf. Gén 1,27.
[7] San Gregorio de Nisa, La virginidad, Introducción, Biblioteca
de Patrística 49, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 2000, p. 24.
[8]
Ibid., XII, 3, p. 107.
[9] Cf. Ibid., Introducción,
pp. 21-24.
[10] Mt 5,8.
[11] Cf. Benedicto XVI, Audiencia general, 29 de agosto de 2007, en Los Padres de la
Iglesia, Ciudad Nueva, Madrid 2010, pp. 123-124.
[12] Cf. Mt 5,14-16.
[13] Cf. San Gregorio de Nisa, La virginidad, IV, 4; XI, 4, Biblioteca
de Patrística 49, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 2000, pp. 67-68; 97-98.
[14] Cf. A. Scarnera, Apuntes CFM 2014.
[15] Cf. San Gregorio de Nisa, La virginidad, Introducción, Biblioteca
de Patrística 49, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 2000, pp. 19-22.
[16] Cf.
Ibid., Prólogo, 1, p. 36.
[17] Ibid.,
I, 1, p. 41.
[18] Cf. A. Scarnera, Apuntes CFM 2014.
[19] Cf. San Gregorio de Nisa, La virginidad, II, 1-2, Biblioteca de
Patrística 49, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 2000, pp. 44-47.
[20] Cf. A. Scarnera, Apuntes CFM 2014.
[21] Cf. San Gregorio de Nisa, La virginidad, II, 2, Biblioteca de
Patrística 49, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 2000, p. 46.
[22] Cf. Gn 12,1
[23] Sal 15,5-6.
[24] RB 4,21.
[25] Cf. RB Pról. 49.
[26] Cf. Jn 12,1-8.
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